Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100271
Legislatura: 1889-1890
Sesión: 9 de abril de 1890
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Martínez Campos.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 134, 2298-2299.
Tema: Carta circular del general Dabán.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): No voy a hacerme cargo de la cuestión legal, de la que hemos hablado ya tanto, y como sobre todo lo han hecho las personas peritas, lo mismo militares que civiles, sería en mí inmodestia pretender dar novedad alguna al asunto. Esta cuestión se ha examinado por el Sr. Ministro de la Guerra, contestando a los impugnadores de su Real orden, y además por el eminente jurisconsulto e individuo de la Comisión, Sr. Montero Ríos, que la ha presentado bajo todos sus aspectos; y en mi opinión, y creo que en la de las personas imparciales, no puede quedar duda ninguna respecto de la facultad del Ministro de la Guerra para hacer lo que ha hecho.

No quiero tampoco entrar en la cuestión de inmunidad parlamentaria, que si el curso del debate a eso me lleva, yo la trataré con toda amplitud, y se verá cómo es cierto que aquí nos olvidamos, por la inmunidad personal, de la inmunidad del Senado, y cómo la inviolabilidad personal se antepone a la inviolabilidad de la institución parlamentaria, que está por encima de todas las inviolabilidades, excepto la inviolabilidad del Monarca.

No quiero, repito, ocuparme ahora en esto; si me he levantado, es única y exclusivamente para contestar a la excitación que me ha dirigido mi distinguido amigo el señor Martínez Campos.

Cree S.S. que no está bien que se exprese por un Presidente del Consejo de Ministros la idea de que no le gusta el derramamiento de sangre, y que mientras pueda no debe ser un Ministro sanguinario, en el sentido de derramar sangre por los castigos; porque eso parece que revela, al que piensa delinquir, cierta lenidad en el Gobierno, que borra el saludable efecto de la antigua máxima de que ?el miedo guarda la vida?.

Ya sabe el Sr. Martínez Campos que cuando es necesario, yo, valiéndome de una expresión vulgar, no me paro en barras; es verdad y lo declaro; pero en cambio, cuando no hay necesidad de ello, tengo toda la lenidad que es posible, y que algunas veces es conveniente emplear. En aquellos tristes sucesos del 19 de septiembre, claro es que hubo muchas vacilaciones, no en el primer momento, porque entonces no hubo absolutamente ninguna; pero sí después, por las mismas razones que ha expuesto el señor general Martínez Campos, porque sobrevinieron dificultades que dieron tiempo para pensar. Y yo, como Presidente del Consejo de Ministros, tenía que pensar, y tenía que decidir si como trofeo de la cuna Real era mejor la aureola de la piedad que la espada de la ley, y creí que era mejor para la cuna Real la aureola de la piedad que la espada de la ley. (El Sr. Duque de Tetuán: ¿Y el sargento que se había fusilado antes en Cartagena?) En esos sucesos a que se refiere el señor Duque de Tetuán, es posible que ocurriera lo que ha dicho el señor general Martínez Campos; esto es, que tuvo el Gobierno noticia de la pena de muerte impuesta cuando ya estaba cumplida. Pero sea de ello lo que se quiera, paréceme que entonces no había nacido el Rey, no teníamos al Rey en su cuna Real recién nacido, y por consiguiente huelga la cita que se me hace.

Y yo decía ayer: ¿qué convenía más para el porvenir, señalar al natalicio del Rey, señalar su advenimiento al Trono con un aniversario de clemencia, o con un aniversario de sangre? A mí me pareció que era mejor señalarlo con un aniversario de clemencia; y como para realizarlo no hacía más que seguir los impulsos generosos del corazón magnánimo de S. M. la Reina, creí que debía aconsejar lo que aconsejé. (Muy bien, muy bien). Y cuenta, Sres. Senadores, que ayer no quise, mientras no fue inevitable, mentar [2298] aquí el nombre de S. M. la Reina, porque se había considerado el acto de septiembre como un acto desfavorable a la disciplina, como contrario a la disciplina, y desde el momento en que se combatía el acto, yo no tenía más remedio que tomar sobre mí absolutamente toda la responsabilidad del mismo. (Bien, muy bien. ?El Sr. Martínez Campos: Celebro haberle proporcionado a S.S., con mi indicación, motivo para esas declaraciones). Las hice ayer, señor general Martínez Campos, y las hice más explícitas aún cuando se trató esta cuestión en el Congreso.

Pero, Sres. Senadores, recordad lo ocurrido. Venía siendo objeto, durante varios días, de acusaciones sin cuento, y se me combatía por aquel acto. ¿Qué se pretendía que hiciera? ¿Que cobardemente me escudara en los sentimientos generosos de S. M., y dijera: no, aquel acto por el cual me combatís es de la Reina? El que pretenda eso no me conoce, ni comprende los deberes de gobierno, ni los impulsos del caballero. (Bien, bien). Glorifíquese el hecho, y yo no diré más que lo que he dicho siempre: que aquel fue un acto debido a los sentimientos generosos del magnánimo corazón de la Reina. ¿Es que se critica aquel acto? ¡Ah! pues entonces, yo solo soy el responsable. Esto también lo haría mi distinguido amigo el señor general Martínez Campos, cuajos sentimientos generosos conozco mejor que él.

Yo no he dicho más que lo mismo que diría S.S. acerca de este punto, o sea, que mientras las conveniencias sociales y políticas, mientras el estado del país y su tranquilidad lo consienta, no se debe derramar sangre; sin que esto quiera decir que no se deban condenar los delitos con toda la severidad de la ley, y que cuando la tranquilidad pública lo exija y reclame la defensa de las instituciones, contra los sentimientos generosos del señor general Martínez Campos y contra los míos, se haga lo que se deba; porque, ¿qué remedio queda, sino cumplir el penoso deber que impone este puesto? Con toda la energía, con toda la seriedad y con la eficacia indispensables cumpliré con ese deber, siempre que el caso lo exija; pero entretanto no lo crea necesario, permítame S.S. que haga uso de mis sentimientos generosos, iguales a los suyos, para derramar lo menos posible la sangre de los españoles; porque al fin y al cabo, cuando el caso llega, es una necesidad dolorosa que se cumple; pero si esta necesidad no existe, vale más no derramarla, porque como dije el otro día, los vapores de la sangre vertida enloquecen las cabezas y no preparan bien la atmósfera para los frutos del porvenir.

Por lo demás, no quiero entrar ahora en un debate más amplio con mi distinguido amigo el señor general Martínez Campos. Yo creo que el Gobierno tiene razón; el Sr. Martínez Campos cree que no la tiene. ¿Vamos a estar aquí leyendo disposiciones de un lado y de otro toda la vida? Además, yo que soy en muchas materias incompetente, en ésta sobre todo me declaro de antemano vencido por S.S. De modo que no me atrevo a discutir con S.S. Pero recordando cuanto han dicho el Sr. Ministro de la Guerra y el distinguido individuo de la Comisión Sr. Montero Ríos, declaro que me han convencido, sintiendo que no le haya sucedido así a S.S.

En contestación a todos los argumentos del señor general Martínez Campos, yo me atrevo a poner enfrente los argumentos aducidos por el Sr. Ministro de la Guerra y por el Sr. Montero Ríos.

Celebraría que todo esto satisficiera al señor general Martínez Campos; porque si no le satisface, declaro que no nos vamos a convencer, pues en definitiva yo abrigo una convicción contraria a la de S.S., esto es, la de que el Gobierno ha obrado perfectamente y dentro de la ley; que el Gobierno no ataca ni ha pensado en atacar en manera ninguna la inmunidad parlamentaria, y que los amantes del sistema representativo, créalo el señor general Martínez Campos, no han de preocuparse ni han de creer que está atacada la inmunidad parlamentaria porque en España y en el Senado español se haga mucho menos de lo que en casos semejantes se hace en Francia, en Inglaterra, en Italia y en todos los países constitucionales y libres. Si allí por lo que se hace no padece la inmunidad parlamentaria, ¿cómo ha de padecer aquí cuando hacemos mucho menos?

Yo creo, señores, que no debemos debatir más este asunto. Por mi parte, mientras no vengan nuevos argumentos aducidos por otros oradores, ofrezco al Senado no molestar más su atención. Creo que esta no es una cuestión de procedimientos; lo es de mayor importancia; es una cuestión de alta política, es una cuestión en que se trata de que prevalezcan los principios más fundamentales y más esenciales de todo gobierno y de toda sociedad.

Dígase lo que se quiera respecto del procedimiento; pero es indudable que toda persona imparcial lo único que ve es que aquí se ha faltado a la disciplina por aquel que más debiera respetarla. (El Sr. Duque de Tetuán: Por el Ministro de la Guerra. ?El señor Dabán: Pido la palabra). Que esta trasgresión necesita correctivo, y que el país, al ver que en efecto ha habido una falta, considera que el Gobierno hace muy bien en corregirla, ni más ni menos; que si respetable es la inviolabilidad del Senador, también lo es la del Senado; y que no se puede permitir, aunque no tenga consecuencia ninguna, esa especie de veto del general Dabán contra las resoluciones que puedan tomar los Cuerpos Colegisladores; y como de esto se trata, y no es bueno para nadie dejar establecido este precedente, por eso yo apelo al Senado y le digo que debe apoyar al Gobierno en esta cuestión, que debe ayudarle a sobrellevar esta carga que se ha echado sobre sus hombros, en la seguridad de que, apoyando al Gobierno, presta un gran servicio a la libertad, al orden, al país y a la disciplina del ejército, sin la cual los pueblos caen en la más peligrosa de todas las anarquías. (Bien, muy bien, en la mayoría). [2299]



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